Sábado, 01:35 de la mañana. El ambiente es de fiesta: la gente circula, las voces retumban por toda la casa y alrededores, la música se escucha por toda la calle.
Los transeúntes caminan ya sin mirar, tal es la regularidad del ruido y de tales aglomeraciones de gente joven.
Todo dejaba entrever que sería una noche común, húmeda y caliente, igual a tantas otras tan características por tierras mexicanas.
Sin embargo, de repente, surge delante de la casa una patrulla de la policía con las luces apagadas, se parando de súbito. Luego otra. Los instantes siguientes fueron de pura adrenalina: un chico que corre como si el piso se estuviera deshaciendo atrás de él, otro que se había bajado atrás de un carro, y luego sigue los pasos del primero, más dos surgen no se sabe bien de dónde y corren también como si no hubiera mañana, escaleras arriba, resbalando a punto de quebrar sus barbillas.
Mientras, los policías habían salido de sus imponentes coches, corriendo también, siempre con sus fieles amigos chalecos anti-bala, botas de puntera de acero, y claro, sus miradas y sonrisas sarcásticas, como si fueran bendecidos por algo superior. Lo sorprendente fue como se frenaron a 10 cm de las escaleras que daban para la casa, como si hubiera una frontera invisible, pero más fuerte que el concreto.
Esto puede parecer una historia normal para muchas personas y culturas, pero para alguien que vio las caras de miedo de los chicos que corrían escaleras arriba, como si su vida estuviera en juego, le deja pensando por algunos días.

Y en estos días no se piensa solo en la cara de los chicos, sino también en toda la posición de la policía en el contexto social mexicano.
De hecho esta historia real sirve de glosa a una reflexión sobre la policía, su actitud autoritaria, y claro, sobre sus más que conocidas prácticas de corrupción.
Me quedo preguntando si esta actitud autoritaria está de alguna forma relacionada con la corrupción, o sea, si esperando ya algunas “mordidas” la policía hace cumplir la ley (y a veces ella misma inventa leyes que le ayude a extorsionar un poco más) no para cumplir con su función de mantenimiento del orden social, sino para obtener dividendos.
Otra cosa espantosa es el hecho de que si en cualquier país se comete un delito, la policía no se frena en la referida barrera invisible. Si el objetivo es efectivamente cumplir con la ley y si se ve a los infractores a dos metros la policía no da simplemente la espalda, como si para allá de la barrera ya fuera otro mundo. ¡A no ser que no quiera problemas, manteniendo así su espacio de acción, escenario de abuso de autoridad y hábitat de la corrupción!
Más historias se podrían contar y reflexiones presentar, pero me voy a fijar ahora en las soluciones. ¿Qué hacer para terminar con este abuso de la autoridad y con este ambiente de corrupción? No habiendo un constreñimiento social, una libertad suficiente para que los periodistas publiquen las historias conocidas de muchos, propongo una bajada de las multas. Puede parecer extraño, pero esto haría ciertamente que las personas pagasen las multas en lugar de dar mordidas (dada la diferencia de “precios”), beneficiando así al Estado mexicano. Por su lado, la policía ya no tendría incentivo para abusar de la ley, esto se verificando de hecho la relación entre corrupción y abuso de poder. Ejercerían así su trabajo de una forma “normal”, con el incentivo de cumplir la ley por cumplir la ley, ¡al final esa es su función!
No hay comentarios:
Publicar un comentario